Este post está dedicado a los que sueñan con lugares imposibles que algún día, pisarán.
12 septiembre 2006
Viajando hacia el Hemisferio Sur
Descubriendo... San Francisco! (Day Three)
Aquel día 30 finalizaba para mí el mes de Agosto. Sí, el octavo mes de 2006 siempre tendrá para mí un día menos, pero ya os explicaré el porqué más adelante... Salí de nuevo al mundo tras pasar mi última noche en The Mosser. Desayuné en un Starbucks Cafe cercano al hotel. Hacía mucho frío, como de costumbre, así que pedí un capuccino grande y un trozo de bizcocho de limón para tener energía suficiente en el cuerpo (y en el alma). El cansancio acumulado hacía mella, estaba algo flojita y recuerdo tener melancolía de ciertas cosas. Pero de nuevo me animé, porque el mundo estaba de mi parte y parecía que todo fuera un escenario creado para mi persona: pedí mi desayuno, le dí un billete de diez dólares al camarero y... ¡me devolvió las monedas del cambio haciéndome un juego de magia! A veces, cuando uno no lo espera, todo se conjura para que sonriamos...
Supongo que también estaba nerviosa, porque iba a cumplir un sueño: ¡la lejanísima Australia me estaba esperando! Salí a la calle de nuevo y comprobé que la mañana era radiante, incluso tan temprano. Era una buena noticia, puesto que aquel era el día que había planeado para hacer una excursión en bicicleta hasta el puente Golden Gate, recorriendo parte de la llamada 49 Mile Scenic Drive (carretera que permite llegar a lugares desde donde obtener las mejores vistas de San Francisco).
Llegué a Fisherman's Wharf y me dirigí a uno de los muchos negocios de alquiler de bicicletas de la ciudad. De hecho, junto con la visita a Alcatraz, el paseo en bici hasta el Golden Gate es una de las excursiones más populares. Yo recomiendo hacerla, porque es imposible describir con palabras la belleza del recorrido, la sensación de la brisa del Pacífico en la cara mientras pedaleas en dirección al océano, la emoción al ver como, poco a poco, te acercas al puente... Te sientes libre y muy feliz. O, al menos, ¡así me sentí yo...!


Como he dicho, la excursión comienza en los muelles de Fisherman's Wharf. Yo soy tremendamente mala para calcular distancias, pero os puedo asegurar que hay un buen trocito desde allí hasta el puente. De hecho, entre la ida y la vuelta estuve casi cuatro horas pedaleando (con sus pertinentes paradas, por supuesto... pero cuatro horas). Recuerdo que pensaba: "¡Maadremía, las agujetas que voy a tener en Australia por lista, a quién se le ocurre darse este palizón!". Pero me reía, porque estas cosas, sólo me pueden pasar a mí.
en dirección oeste en donde es habitual ver a la gente volando cometas y en donde se celebran también los fuegos artificiales del 4 de Julio. Me detuve en el puerto de Marina District para ver los barcos atracados a un lado y, al otro, las casas de la gente acomodada que habita en el lugar. Este barrio fue totalmente arrasado en el Gran Terremoto de 1.906, por lo que no queda ni un sólo edificio anterior a esta fecha en pie. 
metros sobre las aguas del Pacífico.
0 ciudadanos, en su cincuentenario (celebrado en 1.987) se cuadruplicó la cifra de asistentes... ¡y que por esa razón los cimientos de la parte central del puente están hoy hundidos un buen trecho...! 
Ya en la terminal, a punto de coger el vuelo de Air New Zealand que me trasladaría hasta el hemisferio sur, quise que quedara constancia de las huellas de aquel día. Porque la brisa del océano Pacífico me puso en cuatro horas la cara más colorada del San Francisco International Airport... la cual, por cierto, podría haber competido también con cualquiera de los cangrejos del Fisherman's Wharf. Como os decía antes, lo que no me pase a mí...
Descubriendo... San Francisco! (Day Two)
e bien (no iba a cogerme desprevenida esta vez el clima de la Bahía) y esperé a que me vinieran a buscar. Porque aquel día había contratado una excursión organizada para poder visitar Muir Woods, Sausalito y la isla de Alcatraz. La niebla, como no, era espesa. El guía nos dijo que para llegar a Muir Woods teníamos que cruzar el Golden Gate y recuerdo sonreír como una niña mientras apoyaba la cabeza en la ventana e intentaba adivinar su silueta en el brumoso horizonte.
Es decir, cuando el Imperio Maya estaba en su esplendor, los vikingos exploraban el mundo al mando de Erik el Rojo y gran parte de la Península Ibérica había sido conquistada por los musulmanes, estos árboles ya respiraban. Así que no sólo te sentías poquita cosa en ese lugar alzando tu vista al cielo...
Cada media hora un ferry conecta las dos orillas de la bahía, pero también se puede llegar atravesando el Golden Gate.
Aquí escribió Otis Redding su canción "(Sittin' on) The dock of the bay". Este es, pues, el famoso muelle de la bahía...
Es un lugar tranquilo en donde comí mirando el mar mientras de vez en cuando, asomaba algún tímido rayo de sol.
Después de comer, comprobé dos cosas: la primera, que aquel día la niebla no quería marcharse del todo y la segunda... que la visión del Golden Gate desde las alturas envuelto entre brumas era sobrecogedora y espectacular.El viento soplaba con fuerza y hacía mucho frío, pero yo no podía dejar de sonreír...
El trayecto en barco dura unos diez minutos y a babor (durante el trayecto de ida) queda el puente más famoso de la ciudad.
Conforme uno se acerca a la isla, se pregunta qué sentirían aquellos presos encerrados en un lugar tan inaccesible, rodeado de las frías aguas del Pacífico plagadas de tiburones.
Allí supe de historias acerca de presos que se fugaron de maneras imposibles, como la de aquellos que nunca aparecieron tras abrir agujeros en sus celdas probablemente con cucharillas. Todo ello se relata en la película Fuga de Alcatraz.Visité también la celda donde pasó sus horas muertas el famoso gangster Al Capone, así como los lugares que los presos pisaban cada día añorando seguro su libertad.
El sol se ponía y un viento impertinentemente frio dominaba la bahía al atardecer. El ferry me dejó de vuelta en el Fisherman's Wharf y decidí volver a casa, al hotel, para descansar y recibir a mi último día en San Francisco con fuerzas tras haber descubierto tantas cosas de este trocito tan bello de la Costa Oeste americana.
Este post está dedicado a todos los que intentamos ser libres en un mundo que se empeña en encerrarnos en cárceles con altos muros que, a veces, no nos dejan ver el sol.
(Pero, en el fondo, la única barrera eres tú: sólo tienes que aprender a saltarte...)
Descubriendo... San Francisco! (Day One)
"If you're going to San Francisco, be sure to wear some flowers in your hair..." ¿Recordáis esta canción que cantaba Scott McKenzie en pleno auge del movimiento hippie? Pues a las flores, yo añadiría sin duda que, si vais a visitar San Francisco en verano, no os olvidéis de llevar... buena ropa de abrigo!! Llegué el domingo por la noche y no me di cuenta de la temperatura que hacía. Simplemente, hice el check-in muy cansada y nerviosa y subí a mi habitación. Y qué chula era mi habitación, por cierto! El hotel está ubicado justo al lado de Union Square, donde están la zona comercial más importante y la parada de Cable Car de Powell Station. Decidí posponer mi primer viaje en tranvía y, con una valentía que todavía no entiendo debido al cansancio acumulado durante diez dias de no parar por las calles de NY, decidí subir andando l
as empinadísimas calles de San Francisco hasta llegar a Chinatown. Se trata de uno de los barrios chinos más importantes del mundo pero, a diferencia del de la Gran Manzana, el de San Francisco es, como todo en esta ciudad del Pacífico, infinitamente más tranquilo y... ¿cómo decirlo? Mucho menos americano. Con ello quiero decir que todo en este rincón californiano es mucho más sosegado, sin tener nada que ver con el acostumbrado American Way of Life. Es impresionante visitar San Francisco después de tantos días en Nueva York. Es un mismo país pero parecen dos puntos opuestos de una misma galaxia... San Francisco huele a flores, a eucaliptus, a mar, a chocolate (no hay que irse sin probarlo, hay muchas tiendas que lo venden e incluso una de las atracciones turísticas más importantes de la ciudad es la antigua fábrica Ghirardelli, ahora convertida en un enorme centro comercial pero tan importante en su época que los lugareños dicen que, cuando llueve, de sus paredes rezuma todavía chocolate). Si tuviera que elegir sus sonidos para transportaros hasta allí serían, por ejemplo, el traqueteo y las campanas de sus tranvías (de hecho, hay un concurso de sonidos de campanas de tranvía cada año. Es curioso, cada conductor toca una melodía distinta...). También los aullidos de los leones marinos que toman el sol en el Pier 39, los graznidos de las gaviotas y las sirenas de los ferrys que te llevan a la isla de Alcatraz. Todo éso es esta ciudad y por esta razón es tan peculiar y atrapa tanto. Por esta razón y también por otras que descubriréis a medida que vayáis leyendo este blog... 
Recuerdo aquella fría mañana, en la que paulatinamente se fue abriendo el cielo,
disipando la niebla y apareciendo el sol (un tendero mexicano de Chinatown me dijo que es lo habitual: mañanas grises, mediodías serenos y tardes de nuevo entre brumas) repitiéndome constantemente, como un extraño mantra "Madre mía, Esther, estás en San Francisco, ha empezado tu vuelta al mundo, estás sola y te esperan tantas cosas..!". Si hay algo que me gusta de mí es que me adapto enseguida a cualquier sitio, pese a no haber estado nunca allí, aunque no tenga nada que ver con mi mundo. Es como si tuviera una capacidad innata para sentirme del lugar que piso casi de manera automática. Me mimetizo y por éso me resulta tan fácil y placentero viajar, incluso sola. Por éso aquella mañana estaba tan tranquila recorriendo un lugar tan lejano y distinto.
Al cabo de un rato, tras decidir mi nueva ruta, crucé Washington Square, presidida por la Saint Peter and Paul's Catholic Church y cuya banda sonora son las decenas de loros de colores que cantan en las copas de sus árboles. El destino era la cima de Telegraph Hill, en donde está una curiosa torre circular que preside la ciudad y que, en origen, fue una atalaya de defensa de la misma. La Coit Tower, que se yergue como una columna romana sobre una colina de San Francisco. Desde este punto se divisa toda la bahía. De hecho, se divisa toda la ciudad. La vista es de 360 grados y es interesante subir allí (por cierto, es tan empinada la ascensión que en lugar de calles, son escaleras!) para poder situarte por primera vez. Esta es la primera foto que pedí que me hicieran en mi viaje. No sabía que,
al final ya no me daría tanta vergüenza hacerlo..! Al fondo, se ve el distrito financiero y el famoso edificio Transamerica Pyramid, de 260 metros de altura, con una original forma de huso y, por supuesto, a prueba de terremotos. Por cierto, una de las características más sorprendentes de esta pirámide es que está rodeada por una de las pocas arboledas urbanas de sequoyas del mundo.Cabe decir que, uno de los muchos encantos de esta ciudad es la poca altura de sus edificios. Solamente en el Financial District se alzan varios rascacielos que, por cierto, no rompen con la armonía de la ciudad cuando la divisas desde el mar. Hace unos años, y mediante referéndum, los habitantes de San Francisco decidieron que ya no se construyeran más. Curiosa gente, la de este lugar...
Una vez me
hube emocionado (ésa es la palabra cuando uno fija su vista por vez primera en la bahía de San Francisco, con el Golden Gate como puerta de entrada desde el Pacífico, al fondo la mítica isla de Alcatraz), comencé el descenso de la colina para dirigirme a Lombard Street. La calle con mayor pendiente del mundo (unos 27 grados) que tuvo que ser convertida en la calle más sinuosa del mundo para que, con sus curvas, los coches pudieran descenderla sin que ocurriera lo que solía ocurrir: que volcaban.Aparte de ser una de las calles más peculiares del mundo es, sin duda, una de las más bellas: la eclosión de color y el olor de sus flores es increíble. San Francisco y las flores... Qué ciudad tan bonita! Ahora entiendo mejor la canción de Scott McKenzie...
Posé ante mi cámara para unos simpáticos bilbaínos; los cuales, por cierto, me preguntaron cómo había podido andar tantísimo en este primer día en la ciudad (me entendieron cuando les dije que venía de Nueva York, claro está). También me advirtieron del fenómeno de la niebla. "Ya verás esta tarde, sobre las cinco. Este sol irá desapareciendo y la niebla lo cubrirá todo!". Lo que os contaba. Poca gente imagina que este rincón californiano esconde este secreto en verano. De ahí que uno de los souvenirs estrella de sus tiendas sean, precisamente... los anoraks y los gorros de lana!
us puestos de Crab Chowder (una especie de sopa espesa de cangrejo que se come dentro de una hogaza de pan) y de marisco a la plancha. Delicatessen autóctonas que yo no pude probar pese a ser de lo más típico y a pesar de mis tremendísimas ganas de hacerlo por culpa de mi (maldita) alergia a estos bichos marinos...
encontrarme con los que serían mis habitantes preferidos de la ciudad: los leones marinos del Pier 39. Sus aullidos te acompañan constantemente y es una experiencia tremendamente divertida sentarte a ver cómo se pelean por conseguir el mejor puesto de las plataformas para tomar el sol. Se trata de una colonia que se instaló aquí tras el terremoto de 1.989 y que ya no emigra como sería lo normal. Su casa es el muelle 39. Se han aburguesado, vamos.. Y son la atracción de todo aquél que visita la ciudad.
Paseé por el muelle, repleto de tiendas (alguna muy curiosa, como la tienda de magia Houdini y una divertida tienda de caramelos de mil colores, formas y sabores) y también de lugares donde comer. Había puestos de fruta fresca que podía comerse sola o (ñam) bañada en chocolate caliente, puestos de hot-dogs, por supuesto y muchas, muchas tiendas de galletas y de chocolatinas. También había un tío-vivo, malabaristas callejeros... Era, efectivamente, una suerte de muelle de las tentaciones...
Luego estuve admirando el Golden Gate allá a lo lejos, sin poderme creer todavía que estuviera allí, ante mí y me comí un muffin y un capuccino calentito para combatir el frío sentada frente a los leones marinos del Pier 39. También escribí postales y pensé en todo y en nada. 11 septiembre 2006
Viajando de Este a Oeste
Ya en el avión, y durante las seis horas y media de viaje atravesando los Estados Unidos, empecé a sentir el vértigo y me puse un poquito nerviosa. Quise dormir para recuperar fuerzas, pero no pude. Intenté leer, pero no me concentraba... En fin, ahí fue cuando me di verdadera cuenta de que mi aventura estaba empezando. Estaba sola en un mundo que me estaba esperando con un montón de sorpresas que ni siquiera podía imaginar... Y, la primera de ellas, fue descubrir el Gran Cañón del Colorado desde el aire... Viéndolo desde mi ventanilla parecía un dibujo, como una línea misteriosa de Nazca. Me hizo gracia pensar que jamás hubiera imaginado que la primera vez que vería ese lugar, sería a nosécuantos mil pies de altitud…La siguiente sorpresa de aquel día fue una bella puesta de sol que me hizo sonreír y tranquilizarme, porque la tomé como una señal de que todo lo que estaba por venir, iba a ser bueno... No podía ser de otra manera.
Este post está dedicado a los que veníais conmigo en aquel vuelo que cruzó América del Norte; los que sin saberlo, me acompañásteis para que no me sintiera sola. Los que siempre estáis, aunque no estéis...
























