12 septiembre 2006

Descubriendo... San Francisco! (Day One)

"If you're going to San Francisco, be sure to wear some flowers in your hair..." ¿Recordáis esta canción que cantaba Scott McKenzie en pleno auge del movimiento hippie? Pues a las flores, yo añadiría sin duda que, si vais a visitar San Francisco en verano, no os olvidéis de llevar... buena ropa de abrigo!! Llegué el domingo por la noche y no me di cuenta de la temperatura que hacía. Simplemente, hice el check-in muy cansada y nerviosa y subí a mi habitación. Y qué chula era mi habitación, por cierto! El hotel está ubicado justo al lado de Union Square, donde están la zona comercial más importante y la parada de Cable Car de Powell Station. Decidí posponer mi primer viaje en tranvía y, con una valentía que todavía no entiendo debido al cansancio acumulado durante diez dias de no parar por las calles de NY, decidí subir andando las empinadísimas calles de San Francisco hasta llegar a Chinatown. Se trata de uno de los barrios chinos más importantes del mundo pero, a diferencia del de la Gran Manzana, el de San Francisco es, como todo en esta ciudad del Pacífico, infinitamente más tranquilo y... ¿cómo decirlo? Mucho menos americano. Con ello quiero decir que todo en este rincón californiano es mucho más sosegado, sin tener nada que ver con el acostumbrado American Way of Life. Es impresionante visitar San Francisco después de tantos días en Nueva York. Es un mismo país pero parecen dos puntos opuestos de una misma galaxia... San Francisco huele a flores, a eucaliptus, a mar, a chocolate (no hay que irse sin probarlo, hay muchas tiendas que lo venden e incluso una de las atracciones turísticas más importantes de la ciudad es la antigua fábrica Ghirardelli, ahora convertida en un enorme centro comercial pero tan importante en su época que los lugareños dicen que, cuando llueve, de sus paredes rezuma todavía chocolate). Si tuviera que elegir sus sonidos para transportaros hasta allí serían, por ejemplo, el traqueteo y las campanas de sus tranvías (de hecho, hay un concurso de sonidos de campanas de tranvía cada año. Es curioso, cada conductor toca una melodía distinta...). También los aullidos de los leones marinos que toman el sol en el Pier 39, los graznidos de las gaviotas y las sirenas de los ferrys que te llevan a la isla de Alcatraz. Todo éso es esta ciudad y por esta razón es tan peculiar y atrapa tanto. Por esta razón y también por otras que descubriréis a medida que vayáis leyendo este blog...
Tras visitar Chinatown, decidí seguir caminando, guía en mano, por las calles de la ciudad. Descubrí que muy cerquita estaba North Beach, el antigüo barrio italiano, con sus trattorias y sus cafés que te hacen sentir, realmente, casi a orillas del Mediterráneo. Situado a los pies de la Coit Tower (en lo alto de Telegraph Hill), sus calles están rotuladas en italiano e inglés, como en Chinatown lo están en inglés y en chino.
Y, si cierras por un momento los ojos, el olor a pizza recién hecha y capuccino te transportan a, por ejemplo, un rinconcito del Trastevere romano...
Es la zona bohemia, en donde escritores del movimiento Beatnick como Jack Kerouak se reunían para debatir de cualquier cosa o, simplemente, se sentaban pluma en mano a describir lo que veían a su alrededor para después adaptarlo a alguna de sus relevantes obras literarias. Allí se encuentra, por ejemplo, la librería City Lights (punto de referencia de la literatura estadounidense, situada en Columbus Avenue) o el Café Vesuvio. Dos clásicos para los seguidores de la estela de estos artistas. La estrecha calle que separa ambos locales se llama, precisamente, Jack Kerouak Street.
Recuerdo aquella fría mañana, en la que paulatinamente se fue abriendo el cielo, disipando la niebla y apareciendo el sol (un tendero mexicano de Chinatown me dijo que es lo habitual: mañanas grises, mediodías serenos y tardes de nuevo entre brumas) repitiéndome constantemente, como un extraño mantra "Madre mía, Esther, estás en San Francisco, ha empezado tu vuelta al mundo, estás sola y te esperan tantas cosas..!". Si hay algo que me gusta de mí es que me adapto enseguida a cualquier sitio, pese a no haber estado nunca allí, aunque no tenga nada que ver con mi mundo. Es como si tuviera una capacidad innata para sentirme del lugar que piso casi de manera automática. Me mimetizo y por éso me resulta tan fácil y placentero viajar, incluso sola. Por éso aquella mañana estaba tan tranquila recorriendo un lugar tan lejano y distinto.
Llegué a Washington Square bajando por Columbus Street, yendo en dirección al mar. En esta plaza hay un bonito parque en el que, cómo no, se ven padres lanzando bolas de béisbol a sus hijos (los cuales tienen una de sus manos envuelta en un guante de cuero que es más grande que su cabeza, como en las pelis). También hay turistas curiosos, jóvenes enamorados tumbados en la hierba, perros con sus amos y... vagabundos. Muchos vagabundos. Es una de las cosas que más sorprenden de San Francisco: la cantidad de homeless que se ven en sus calles. Son como sombras, entes de otro mundo. Viven escondidos cuando sale el sol y comienzan a aparecer a medida que éste cae y comienza el frío que porta la niebla. No son nada agresivos, no te dicen nada. Están, pero es como si no estuvieran, en cierto modo. Cubiertos de sus andrajos te miran pero parece que no te vean... A diferencia de Nueva York, pueden estar en cualquier barrio de la ciudad.
En esta plaza es habitual (y tremendamente curioso) ver como a cualquier hora del día enormes grupos de chinos hacen Tai-Chi para ejercitar su cuerpo y su mente. Me senté bajo la estatua de Benjamin Franklin, con un par de vagabundos a un lado y una familia de americanos rubios al otro y admiré aquellos trazos lentos que los asiáticos dibujaban en el aire y bajo el sol.

Al cabo de un rato, tras decidir mi nueva ruta, crucé Washington Square, presidida por la Saint Peter and Paul's Catholic Church y cuya banda sonora son las decenas de loros de colores que cantan en las copas de sus árboles. El destino era la cima de Telegraph Hill, en donde está una curiosa torre circular que preside la ciudad y que, en origen, fue una atalaya de defensa de la misma. La Coit Tower, que se yergue como una columna romana sobre una colina de San Francisco. Desde este punto se divisa toda la bahía. De hecho, se divisa toda la ciudad. La vista es de 360 grados y es interesante subir allí (por cierto, es tan empinada la ascensión que en lugar de calles, son escaleras!) para poder situarte por primera vez. Esta es la primera foto que pedí que me hicieran en mi viaje. No sabía que, al final ya no me daría tanta vergüenza hacerlo..! Al fondo, se ve el distrito financiero y el famoso edificio Transamerica Pyramid, de 260 metros de altura, con una original forma de huso y, por supuesto, a prueba de terremotos. Por cierto, una de las características más sorprendentes de esta pirámide es que está rodeada por una de las pocas arboledas urbanas de sequoyas del mundo.
Cabe decir que, uno de los muchos encantos de esta ciudad es la poca altura de sus edificios. Solamente en el Financial District se alzan varios rascacielos que, por cierto, no rompen con la armonía de la ciudad cuando la divisas desde el mar. Hace unos años, y mediante referéndum, los habitantes de San Francisco decidieron que ya no se construyeran más. Curiosa gente, la de este lugar...
Una vez me hube emocionado (ésa es la palabra cuando uno fija su vista por vez primera en la bahía de San Francisco, con el Golden Gate como puerta de entrada desde el Pacífico, al fondo la mítica isla de Alcatraz), comencé el descenso de la colina para dirigirme a Lombard Street. La calle con mayor pendiente del mundo (unos 27 grados) que tuvo que ser convertida en la calle más sinuosa del mundo para que, con sus curvas, los coches pudieran descenderla sin que ocurriera lo que solía ocurrir: que volcaban.

Aparte de ser una de las calles más peculiares del mundo es, sin duda, una de las más bellas: la eclosión de color y el olor de sus flores es increíble. San Francisco y las flores... Qué ciudad tan bonita! Ahora entiendo mejor la canción de Scott McKenzie...

Posé ante mi cámara para unos simpáticos bilbaínos; los cuales, por cierto, me preguntaron cómo había podido andar tantísimo en este primer día en la ciudad (me entendieron cuando les dije que venía de Nueva York, claro está). También me advirtieron del fenómeno de la niebla. "Ya verás esta tarde, sobre las cinco. Este sol irá desapareciendo y la niebla lo cubrirá todo!". Lo que os contaba. Poca gente imagina que este rincón californiano esconde este secreto en verano. De ahí que uno de los souvenirs estrella de sus tiendas sean, precisamente... los anoraks y los gorros de lana!
De Lombard Street, a Fisherman's Wharf: el muelle de los pescadores. El puerto. Con su olor a sal, a petróleo, a guano. Con el bullicio de los turistas (este es el punto neurálgico de esta ciudad). Con sus puestos de Crab Chowder (una especie de sopa espesa de cangrejo que se come dentro de una hogaza de pan) y de marisco a la plancha. Delicatessen autóctonas que yo no pude probar pese a ser de lo más típico y a pesar de mis tremendísimas ganas de hacerlo por culpa de mi (maldita) alergia a estos bichos marinos...
Había salido el sol, pero hacía un viento tremendo. De hecho, tampoco era nada extraño en aquel lugar. Pero sí bastante incómodo. De todas formas, no me importó porque sonreía. Todo el rato sonreía... Estaba en San Francisco, más lejos que nunca de casa, sola.. Y me sentía tan libre..!
Apareció cerca de mis ojos la isla de Alcatraz y recordé aquella película tan bonita protagonizada hace casi un millón de años por Burt Lancaster llamada, precisamente, El Hombre de Alcatraz. Era como cuando, caminando por las empinadas calles de San Francisco esperaba ver en cualquier momento a Steve McQueen conduciendo un Mustang, como en Bullitt. De hecho, el estar sola en aquel rincón del mundo me hacía ver las cosas como no si no fueran reales. Como en un sueño...

Llegó la hora de comer, pero antes quise encontrarme con los que serían mis habitantes preferidos de la ciudad: los leones marinos del Pier 39. Sus aullidos te acompañan constantemente y es una experiencia tremendamente divertida sentarte a ver cómo se pelean por conseguir el mejor puesto de las plataformas para tomar el sol. Se trata de una colonia que se instaló aquí tras el terremoto de 1.989 y que ya no emigra como sería lo normal. Su casa es el muelle 39. Se han aburguesado, vamos.. Y son la atracción de todo aquél que visita la ciudad.


Paseé por el muelle, repleto de tiendas (alguna muy curiosa, como la tienda de magia Houdini y una divertida tienda de caramelos de mil colores, formas y sabores) y también de lugares donde comer. Había puestos de fruta fresca que podía comerse sola o (ñam) bañada en chocolate caliente, puestos de hot-dogs, por supuesto y muchas, muchas tiendas de galletas y de chocolatinas. También había un tío-vivo, malabaristas callejeros... Era, efectivamente, una suerte de muelle de las tentaciones...
Decidí comprar algo para almorzar y sentarme al sol en un banco, mirando los barcos atracados en el puerto y también las gaviotas y los pájaros que me observaban a mí, expectantes por si podían conseguir algo para comer. Allí me acordé de las personas a las que quiero y deseé que estuvieran sentadas conmigo en aquel lugar...

Luego estuve admirando el Golden Gate allá a lo lejos, sin poderme creer todavía que estuviera allí, ante mí y me comí un muffin y un capuccino calentito para combatir el frío sentada frente a los leones marinos del Pier 39. También escribí postales y pensé en todo y en nada.
Y, de repente, la ví: llegaba la niebla. Parecía un ser monstruoso, como en el relato (llevado al cine) de Stephen King...

El cielo perdía paulatinamente el brillo del sol y el viento, que no había cesado, te helaba sin su calor. Todo el mundo empezaba a irse a sus casas y yo hice lo mismo. Por primera vez cogí un tranvía en San Francisco y fue durante un bellísimo y frío atardecer...



Había terminado mi primer día sola en el otro lado del mundo. Y había sido maravilloso.






Este post está dedicado a alguien que estaba cerquita de mí aquella noche al irme a dormir, aunque tuviera su mente en otro lugar. Estaba cerquita, porque siempre lo está y porque me quiere tanto que me envió un abrazo virtual para resguardarme del frío de la bahía...

5 comentarios:

iakamine dijo...

Este verano voy a ir a estudiar a la universidad de Berkeley, al lado de SFO, durante 3 meses, y tu blog me es de gran utilidad para aprender cosas sobre la ciudad.

Felicidades por el blog!

Natalia dijo...

Hola!! Acabo de descubrir tu blog y, qué buena suerte haberlo hecho!! Me voy dentro de cinco días a San Francisco y de allí iré a Nueva York. Me ha encantado tu blog. Sólo una pregunta que me tiene un poco nerviosilla pues me voy yo solita. Podrías decirme si San Francisco es muy peligroso de noche. Mi hotel está cerca de Union Square (creo que el tuyo tambien) y me dicen que no es muy seguro. Tu que opinas??
Gracias y enhorabuena por el blog
No sé si tienes facebook el mio se llama Natalia Sunset Strip (el año pasado estuve en Los Angeles, de ahí el nombre) te invito a verlo
Gracias otra vez

esther dijo...

Hola Natalia... Demasiado tarde, me temo, para responderte, ¿verdad?
Lo siento mucho, hacía meses que no entraba en mi blog y por eso no pude leerte.

¿Qué tal SFO? ¿Lo disfrutaste?

Si aún lo quieres, buscaré tu perfil en facebook ;-)

saioa dijo...

felicidades!! me ha gustado mucho tu blog, la semana que viene viajo a San Francisco y es genial la forma en la que describes la ciudad, enhorabuena!!

esther dijo...

¡Hola Saioa!

Me alegra mucho saber que te ha gustado leer mi blog :)

Aunque está un poquito abandonado, siempre es genial saber que ayuda a otros viajeros.

Disfruta mucho San Francisco. ¡Te va a encantar!